El
nombre del texto El mundo como representación quizá no ofrezca en
primera instancia una idea que haga imaginar una relación existente con el tema
de la lectura y la escritura; no obstante, sabemos que existe y entonces
pasamos a una etapa de curiosidad en la que queremos precisamente descubrir la
forma en que este texto abordará la temática.
Resulta
interesante desde luego el que el autor se concentre en analizar los hábitos
lectores de determinadas zonas; pero más allá de pensar en el hábito de la
lectura partiendo de una premisa cuantificable de saber ¿Cuántos libros leen? Es
provocar la inquietud cualificable de saber ¿cómo acceden a la lectura los
lectores? ¿cuáles son las dinámicas a través de las que se llevan a cabo esta
actividad?
Tradicionalmente,
y sin duda Roger Chartier hace una breve referencia, el hábito de la lectura se
ha considerado durante mucho tiempo como una actividad privada y destinada a
realizarse en solitario, ya sea recreativa o formativa.
Pero
cuando el tema de esta dinámica lectora es puesto sobre la mesa, es imposible evitar
el tomar conciencia sobre el momento en el que efectivamente la actividad de
leer suele hacerse sin compañía y en un espacio a salvo de interrupciones e
interacciones sociales, éste es el escenario real y común.
Continuando
con el tema de tradiciones y hábitos lectores surge también la interrogante ¿En
qué momento decidimos aislarnos a la hora de leer? ¿Cómo es que la lectura se
transformó de una actividad pública a una privada?
A
lo anterior, vale la pena también considerar que, así como hay diversos géneros
de textos, igual variedad encontramos en los lectores, y a riesgo de parecer un
poco clasista, es importante reconocer que a los lectores se les puede
clasificar por edad, contexto social, formación académica, laboral y hasta
ciertas capacidades que influyen para que perciban y practiquen de diferente
forma la lectura.
Y
no hay que olvidar desde luego que Roger Chartier recoge que a la hora de leer,
ésta no solo se hace e interpreta de determinada forma, sino que en este
proceso se involucra también la vivencia del lector, su sensibilidad, su
experiencia y otra serie de situaciones inherentes a la personalidad del mismo.
Por
supuesto estoy de acuerdo con esta serie de acotaciones del autor, pues a
título personal traigo a colación el confesar que yo siempre lloro con Cartas
de Kafka a su padre, y pues bien, desde luego no voy a explicarlo
racionalmente, sólo es un texto que “me mueve emocionalmente” y
tradicionalmente me parece que a lo que suele invitar es a la reflexión.
Bien,
regresando a la parte serie de este artículo, debo admitir que me resulta muy
interesante lo expuesto por Roger Chartier en lo referente a la técnica lectora:
“Todos aquellos
que pueden leer los textos no los leen de la misma manera y existe una gran
diferencia entre los letrados virtuosos y los lectores menos hábiles, obligados
a oralizar lo que leen para poder comprenderlo, cómodos únicamente con ciertas
formas textuales o tipográficas.” (108)
Y
aunque la premisa anterior esté contextualizada en otra época y otro
territorio, sin duda resulta perfectamente contemporánea, aún hoy en día
podemos detectar como una de las necesidades de quien lee un texto, deba
hacerlo en voz alta, ya se por sí o a través de alguien, y sin importar, si se
está frente a una lectura recreativa o formativa.
Con
lo anterior quiero retomar el tema de la oralidad en la lectura y que va de la
mano con la propia publicidad de ésta.
Cuando
Roger Chartier señala que la tradición lectora era realizar esta actividad en
voz alta y para un grupo de personas con la finalidad de socializar, vienen a
mi mente los actuales clubes de lectura en las que de acuerdo a reglas
específicas de cada uno, va desde reunirse para comentar entre los miembros las
impresiones del texto correspondiente, o en ocasiones hasta leer en plenas
reuniones algunos fragmentos.
Con
independencia de la dinámica adoptada, es importante resaltar una constante; la
sociabilización que se produce al reunirse en grupo para practicar e
intercambiar opiniones relacionadas a un tema específico.
Y
desde luego, estas reuniones ofrecen la posibilidad de conocer gente nueva, y
durante ese proceso empatizar con algunos de ellos e ir construyendo lazos más
estrechos para una nueva relación, finalmente la lectura consigue no sólo
reunir personas, sino generar relaciones.
Estas
nuevas interacciones pudieran parecer el producto de técnicas de sociabilización
modernas, lo que aumenta la sorpresa al conocer que en plenos siglos XVI y
XVIII los hábitos lectores públicos parecían perseguir un objetivo
aparentemente superficial: conocer gente.
Pero
es justo decir que la lectura en voz alta y públicamente también le aprovechaba
a lectores que debido a ciertas circunstancias en particular resultara
imposible acercarse a esos textos salvo de esa forma.
Nuevamente
no puedo evitar pensar en un recurso contemporáneo de acceso a la lectura: los
audiolibros, instrumentos tecnológicos que facilitan la lectura a los que
suelen no disponer de mucho tiempo o incluso presentan cierta debilidad visual.
Al
reflexionar sobre la dinámica de leer en voz alta para generar acompañamiento y
acercamiento entre desconocidos, provoca el replantear qué tan buena idea resulta
fomentar el regreso a tales prácticas, a invitar a un grupo de desconocidos (y
quizá unos cuantos conocidos) a escuchar determinados textos, descubrir nuevas
lecturas y opiniones, generando una nueva comunidad de pertenencia.
Puedo
dar fe en su funcionalidad, lo he experimentado a través de dos grandes
escritores, Alberto Chimal y Raquel Castro, quienes comparten su tiempo para
leer en voz alta a través de su canal de Youtube; y además del placer de
escucharlos, puedo confesar que sus seguidores nos sentimos cobijados, creando
una comunidad virtual que se encuentra con emoción por las redes.
Así
que definitivamente, el volver a publicitar la oralidad en la lectura, puede
provocar una sensación de pertenencia no de los textos a las personas, sino de
las personas a los libros y entre ellas mismas.
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