Si
nos detenemos por un minuto a pensar en el origen de la escritura, éste siempre
va ligado a la lectura y, quizá por costumbre, a tal vez en un acto reflejo
instintivo, pensemos también en el libro.
Lo
interesante es; me parece, más allá de ubicar en la línea histórica el momento
exacto en que pudo surgir la escritura y la aparición del libro, es precisar
cómo y cuándo se origina la aparición de libros y el proceso de escritura en la
vida exacta del ser humano pero de forma individual; y, además qué es lo que
surge primero: su relación con los libros o su habilidad escritora.
Y
aunque todos conocemos la recomendación de a mayor lectura mejor proceso de
escritura, tanto creativa como gramaticalmente hablando, en la mayoría de los
casos no nos detenemos a analizar qué aconteció primero específicamente en
nuestra vida: ¿aprendimos a escribir o aprendimos a leer? Y una vez que
aprendimos a leer ¿cuál fue nuestra verdadera relación con los libros? ¿eran
herramientas u objetos sagrados que aprendimos también a adorar?
Partamos
de la dicotomía que parece presentarse en el texto de Borges Del culto de
los libros, pues es precisamente este título, así como reflexiones del
autor, que nos hace pensar en el libro como un objeto de veneración, pero es
importante detenernos a reflexionar si este objeto de veneración lo es por el
contenido, por lo que ofrece, si por su simple halo divino debe considerarse
como cierto y absoluto lo escrito en él, o si acaso esa presencia mística y
sobrenatural es la voz del conocimiento plasmado con palabras que nos invitan al
cuestionamiento y a la reflexión.
Ahora
bien ¿qué es lo que hace a un libro bueno, malo, aceptable o inaceptable? Es realmente
su contenido lo que lo categoriza, o acaso depende de la calidad, habilidad y
fama del escritor; lo que nos conduce entonces a lo que Borges refiere como el
arte de escribir y los posibles inconvenientes que este arte representa,
insistiendo en que el libro es el fin; ello nos hace pensar entonces que acaso
sea la escritura la técnica artística generadora del conocimiento que debe
contener o, mejor dicho, resguardarse en el libro.
En
Fedro, Platón realiza precisamente una analogía entre el proceso de
escritura y el arte de la agricultura, pues establece que al igual que el
agricultor decide el proceso de siembra y cuidado de las semillas plantadas
para la obtención de un buen fruto, el escritor decidirá cómo y de qué forma
tratará un tema para que éste sea plasmado en un libro.
Y
entonces me parece que surge una nueva serie de cuestionamientos ¿Qué hace
bueno o malo a determinado proceso de escritura? ¿Por qué se escribe? ¿Para qué
se escribe? Regresamos entonces al inicio de este texto, justamente cuando nos
cuestionábamos el momento en el cual surge la escritura en la vida del ser
humano, y no como raza, sino en el plano individual, y además, si ha de
considerarse a la escritura exclusivamente como la habilidad cognitiva para
plasmar oraciones atendiendo a las más elementales reglas sintácticas y gramaticales,
o se le considera escritura cuando pasa de ser un mero procedimiento mecánico,
al arte de transmitir por medio de la palabra escrita desde reflexiones hasta emociones.
De
acuerdo a ello, cómo debemos entender entonces a la escritura; únicamente como
una de las tradicionales formas de comunicación, o desde el proceso artístico y
creativo que conlleva a la generación de textos de todo tipo, textos que exaltan
la imaginación, las emociones, las reflexiones, el análisis y, que dependiendo
del impacto provocado se le considerará lo suficientemente valioso para ser
contenido en un libro, y además, hacer circular ese libro.
Me
temo por desgracia, que lejos de ir ofreciendo respuestas o conclusiones, tan
solo va en aumento la lista de interrogantes, pues ahora me cuestiono cuál es
el momento adecuado en el que alguien puede ser considerado escritor: cuando aprende
a escribir o cuando lo que escribe transmuta en un libro; y cuándo entonces es
que surge la escritura, más aún, qué es entonces la escritura: un medio de
comunicación, una técnica de transferencia de información o una habilidad
artística por medio de la cual se provoca en el receptor del texto una
alteración en las emociones, una invitación a la reflexión, una exaltación de
la imaginación.
Así
que entonces, podríamos ir afinando que la escritura no puede ser simplemente encasillada
como medio de comunicación o como una habilidad artística; pues su origen ha
obedecido a la necesidad del ser humano de inmortalizar su pensamiento, de
darle permanencia a su voz, y esto solo es posible a través de la escritura, de
ahí la necesidad aquí de parafrasear a Óscar Wilde “Para escribir solo hace
falta tener algo que decir y decirlo”; luego entonces, en la humanidad la
escritura se ha originado ante la imperiosa necesidad de comunicarse, y en el
ser humano ésta se origina ante su necesidad de trascender, de establecer su
presencia y hacer perpetuo su pensamiento, pero cuando la voz es insuficiente y
se carece de otras habilidades artísticas, ha sido siempre la escritura quien
ha rescatado al ser humano.
hay
quienes desarrollan y afinan esta habilidad para convertirla en un estilo de
vida, y no me refiero al aspecto económico, sino a la constante práctica de
analizar y cuestionar las cosas, el rumbo de la vida, la evolución o
destrucción del ser humano, a racionalizar el pensamiento, a estructurar las
ideas para plasmarlas y dejarlas para la posteridad, con la ventaja de regresar
a ellas en cualquier momento, para reconocerse, para reencontrarse, poder
admirar en la lejanía la propia evolución o quizá en el peor de los casos el
estancamiento.
La
escritura es un acto de valentía, porque de pronto cualquiera puede correr el
riesgo de alzar la voz ante la multitud, pero no cualquiera se atreve a dejar
huella de esa voz para que llegue más allá del círculo inmediato, trascendiendo
tiempo y fronteras.
Me parece muy bien todo lo que planteas, y sí, parece que tenemos ahora más preguntas que respuestas, lo cual está muy bien, porque así ahora tenemos más razones para seguir indagando. En particular, me llama la atención lo que dices sobre en qué momento se adquiere el estatus de (se vuelve uno) escritor, ¿o será más bien el estatus de autor, de quien responde o da la cara por aquello que escribe? También me llama la atención lo que señalas sobre la sacralidad y lo profano del libro. Pienso que para nosotros quedan en él algunos restos de esa sacralidad (que vienen de la sacralidad religiosa, como nos muestra Borges) en nuestro modo profano de verlo, pero atribuidos a la figura del saber y lo que se juega en torno a él: las figuras del maestro, de la institución, del poder… Habría que averiguar si lo que vemos hoy en día en los cambios tecnológicos, de formato, etcétera, van en el mismo sentido de desacralización del libro y si esto le permite tener acceso a él a quienes nunca lo han tenido.
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