Cuando
uno repasa mentalmente la historia del libro, sin conocer en realidad su
proceso, siempre se limita a pensar únicamente en su impacto social y cultural,
asumiendo que su difusión se debió precisamente a la influencia que tuvo en la
sociedad, como un objeto de acercamiento, y expansión del conocimiento y la
información.
Sin
embargo, el libro como producto de la imprenta, y como cualquier invento,
necesitó traducir su expansión también en términos económicos, por lo tanto es
curioso que su proceso expansivo, fuese en función de su accesibilidad
territorial y arriesgarse a contenidos que llamaran la atención hasta por su
entretenimiento más allá de por su contenido informativo y formacional.
No
hay que perder de vista, a pesar de lo anteriormente dicho, que el libro no fue
tampoco un objeto asequible de forma inmediata o cualquier estrato, social, y
sobre todo, qué utilidad y practicidad se presentó en primera instancia con uno
de los grupos de mayor relevancia e influencia socio cultural por excelencia:
la iglesia.
Recordemos
que precisamente el clero era quien de manera “más sencilla” tenía acceso a la información,
la cual hasta ese momento se contenía y resguardaba en códices y pergaminos
escritos a mano, circunstancia particular que desde luego provocaba dos
factores: el largo tiempo que se empleaba en realizar “un libro” por lo que la
información lógicamente debía estar resguardada y los costos económicos que
implicaba también la manufactura del libro.
Por
lo tanto, la invención de la imprenta, con la consabida revolución socia
cultural que trajo (y a la que se ha hecho mención), el beneficio directo e
inmediato fue la reducción de tiempo y costo; pero era necesario aprovechar adecuadamente
esta circunstancia ofreciendo el invento y sus servicios a quien o quienes en
verdad pudiese serle atractivos, resultarle útil y lo más importante, que
contara con la capacidad económica para costearlo.
Así
las cosas, y si la historia nos ha enseñado algo (gracias a los libros) es que
quien siempre anda involucrado en todos los asuntos de la humanidad, es la
iglesia católica, pero sobre todo que cuenta con el poderío económico o mejor
dicho “recursos” para adquirir directa o indirectamente algo.
Por
ello es fácil imaginar en este punto, partiendo además de cual fue el primer
libro que se imprimió (la biblia) que los primeros interesados en que se
adquirieran libros con contenido religioso, o mejor dicho, que el contenido
religioso se plasmara en libros y facilitar su acceso fueron los miembros de la
comunidad católica en general.
No
es de extrañar que como refieren Lucien Febvre y Henri-Jean Martin en La
aparición del libro los textos más socorridos eran los misales y los
breviarios religiosos, lo que también provocó que más estudiantes tuvieran
acceso al material impreso de las bibliotecas.
La
emoción generada por la novedad que el libro representó, trajo consigo el
interés de los clérigos en participar en la elaboración de éstos, específicamente
a la tipografía y es curioso que decidieran verse a sí mismos como los
“portadores de la palabra escrita de Dios”; así que esta nueva denominación sin
duda nos hace comprender la euforia y sobre todo el deseo de los sacerdotes en
participar, e incluso controlar, la edición de los textos, por ello su
compromiso en aprender las técnicas tipográficas.
Retomando
el punto que da origen a este artículo, más allá de lo novedoso del libro como
objeto, y de la distribución de contenido que implicó, lo verdaderamente
importante y que marcó el auténtico éxito de su distribución, fue su
rentabilidad comercial; así que fue fundamental que los libreros se ubicaran en
nichos universitarios, ya que ésta representó también la comunidad principal de
consumidores, pues los textos religiosos y jurídicos eran los más solicitados,
lo cual era lógico si recordamos que la propia enseñanza del derecho en Europa era
el derecho eclesiástico y romano.
Pero
es importante hacer notar también que los consumidores de libros fueron pasando
de contenido “informativo y filosófico” a textos profanos, lo que nos
ofrece una idea de como se iba jugando con la avidez de las personas, ese deseo
de probar lo desconocido y acercarse a lo novedoso.
Algo
de sumo interés en el texto La aparición del libro, es la descripción de
la “ruta del libro”.
Desde
luego esta ruta comercial sigue obedeciendo efectivamente a cuestiones
económicas, pues el nicho de consumidores se expandió a las clases emergentes,
burgueses acomodados y artesanos que aspiraban a formar sus bibliotecas, lo que
se traducía en aumento de ventas para los libreros y con ello la necesidad de
éstos en generar un sistema comercial.
Igualmente
interesante es observar las ciudades europeas que fueron nichos de imprentas y la
numerosa forma con la que se replicaron; Alemania quizá no es de sorprender,
pero uno se pregunta cuál fue la razón para que en Italia se establecieran casi
cincuenta imprentas, quizá (y me parece que este fenómeno bien merece un
análisis independiente) dicha proliferación se debió al movimiento cultural y
artístico que se presentó en Italia.
Otra
ciudad importante y que nos ofrece de manera interesante la dinámica comercial
del libro es Frankfurt, la imprenta proliferó rápidamente aquí, se convirtió en
una de las ciudades comerciales más efectivas para los libreros y su feria se
convirtió en un referente de los tipógrafos
para ofrecer sus novedades, ello sin duda evoca a las actuales ferias de
libro y al furor que provoca.
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